Implantación del PCV en América Central y del Sur, entre el trabajo a distancia y el espíritu de equipo

Diana Carvajal

América Latina

Colombia

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Los primeros meses de mi mandato como Responsable Regional para América Latina coincidieron con las actividades iniciales de ejecución del proyecto PCV. En las semanas siguientes a mi nombramiento, tuve el placer de reunirme - virtualmente, debido a la pandemia - con antiguos y nuevos socios del proyecto, y de ayudar a sentar las bases para la puesta en marcha de este nuevo programa de cooperación voluntaria del IBCR.

Este era mi cuarto mandato - ya había participado tres veces en el proyecto PRODEF -, así que estaba experimentando retos completamente nuevos, incluido el trabajo a distancia, pero sobre todo estaba disfrutando trabajando por segunda vez como parte de un equipo comprometido, colaborador y alegre.

Los socios del PCV en América Latina son organizaciones que trabajan en Colombia, Costa Rica, Honduras y Perú. Como la creación de confianza es fundamental para la ejecución del proyecto, fue esencial forjar vínculos con nuestros socios. En esta época de pandemia, las herramientas de videoconferencia fueron de gran ayuda para superar los obstáculos del confinamiento y encontrar nuevas formas de trabajar juntos. En pocas semanas, pude ser testiga del compromiso de personas que tienen en mente el interés superior del niño y que contribuyen cada día a los cambios sociales necesarios para mejorar la protección de los derechos de la infancia en sus países.

Para muchas organizaciones asociadas, trabajar con una organización internacional ofrece un amplio abanico de oportunidades para desarrollar capacidades en ámbitos muy diversos, como la atención a las víctimas de la violencia de género, la transformación de las situaciones creadas por el reclutamiento y la participación de niños en grupos armados, la lucha contra la explotación sexual y la trata de seres humanos, el fomento de la autonomía de las adolescentes económicamente desfavorecidas y, en términos más generales, la eliminación de todas las formas de violencia contra las y los niños. Algunos de nuestros socios ya conocen el programa de cooperación voluntaria, por lo que podemos esperar mucho de ellos. Por eso escucho constantemente sus necesidades, prioridades y preocupaciones, para que las acciones de los voluntarios del IBCR se inscriban en una perspectiva sostenible.

Aunque la emergencia sanitaria en la mayoría de los países en los que trabajamos nos ha impedido llevar a cabo misiones sobre el terreno, esto no me ha impedido hablar con posibles nuevos socios. Sus entusiastas comentarios me llevan a creer que el PCV puede realmente crear espacios en los que, juntos, mejoremos los sistemas nacionales de protección de la infancia.

Cada día aprendo un poco más sobre la cooperación internacional, las necesidades locales de los países de América Central y del Sur y los métodos de trabajo que fomentan la mejora de los procesos. Por supuesto, todo este trabajo se lleva a cabo en equipo.

La planificación a larga distancia, el confinamiento y las semanas de intenso trabajo han dado como resultado unos viernes en los que estamos cansados, y la mayor parte del tiempo nos morimos de risa. Espero poder reunirme pronto cara a cara con nuestros socios locales y mis colegas remotos de Montreal y África. Pero, sobre todo, estoy impaciente por ver llegar sobre el terreno a nuestros primeros voluntarios y comenzar siete años de colaboración innovadora y -estoy segura- prolífica con socios firmemente comprometidos con la protección de la infancia.

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