Es en una mañana soleada cuando descubro el Centro de Educación y Reinserción Social de los Mineros en Conflicto con la Ley (CERMICOL), un centro abierto que no tiene nada que ver con un centro penitenciario, aunque esté catalogado como tal.

Nada de arquitectura imponente y disuasoria, sino bloques de edificios que parecen un pequeño pueblo moderno. No hay una torre de vigilancia, ni un puesto de guardia en el que haya que mostrar la credencial para pasar, ni un pabellón para clasificar a los presos, ni guardias de prisiones con sus uniformes y sus armas colgadas al hombro a la vista, sino un centro tranquilo. Es difícil distinguir a primera vista entre un educador especializado y un funcionario de prisiones.

El director del centro me lleva a visitarlo y descubro los talleres de formación, donde los niños se dedican a aprender mecánica de coches y motos, montaje y costura.

Tras unos días de observación, se me dio la oportunidad de impartir formación al personal sobre cómo conocer al niño, la comunicación adecuada con él y la disciplina positiva. Me sorprendió gratamente el interés con el que los participantes acogieron la formación, lo que mejoró su aprendizaje.

Un punto que me llamó especialmente la atención durante la formación fue la percepción que algunos participantes tenían de los derechos de los niños. De hecho, muchos pensaban que los derechos de los niños eran «una historia de blancos», que provenía de valores extranjeros y que, por lo tanto, era incompatible con los valores burkineses.

Esto dio lugar a un debate muy enriquecedor, cuyo reto residía en la dificultad de conciliar lo que algunos consideraban sus derechos con el interés superior del niño, entendido como la consideración fundamental de los intereses del niño en todas las decisiones que le afectan.